Si Buenos Aires fuera un plato, el centro sería esa porción generosa que se come rápido, de parado y con servilleta en mano. Entre el trajín de oficinistas apurados, turistas desorientados y actores que ensayan el gesto de sorpresa antes de entrar al teatro, hay un plan infalible para los que saben: los bodegones. Sí, porque más allá de la pizza al paso y la fugazzeta chorreante de Corrientes, estas mesas de mantel de papel y mozos con décadas de oficio son una opción suculenta para los que buscan comida sin rodeos y porciones que no se andan con vueltas.
Este bodegón de la calle Montevideo es un templo de la cocina porteña que, desde hace 75 años, deleita a sus comensales con una propuesta bien clásica y abundante. Su plato estrella son las milanesas, con diez versiones diferentes que van desde las tradicionales napolitanas hasta combinaciones más audaces como la Porteña, con huevo frito, panceta crocante y aceitunas, o la Argenta, que se sirve con espaguetis con tuco y pesto. Además, cada una de ellas se ofrece en tres tamaños: para uno, para compartir entre dos o para un festín de tres o cuatro personas.
Pero no solo de milanesas vive el bodegón. En su carta brillan opciones que despiertan la nostalgia, como el matambre con ensalada rusa o la lengua a la vinagreta, disponibles todo el año. También se pueden encontrar clásicos de picada como el triolet de jamón, queso y aceitunas, rabas crocantes, tortilla de papas y revuelto gramajo. Para los amantes de la carne, la entraña y el matambrito al verdeo son imperdibles, al igual que el bife de chorizo «Malevo», un desafío carnívoro de 600 gramos con morrones, cebollas asadas y provoleta.
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